4 febrero, 2022 - 39ytú
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19 marzo, 2020
Los humanos tienen una relación íntima y compleja con las bacterias. Están en todas partes, sobre nuestra piel e incluso dentro de nuestro cuerpo. El intestino alberga más de 39 billones de bacterias que viven en simbiosis con nosotros [1], ellas nos necesitan para vivir, y nosotros las necesitamos a ellas para multitud de funciones como digerir polisacáridos complejos [2], intervenir en la acumulación de grasa [3], ayudar a nuestras defensas [4] o reparar nuestras células [5]… y lo consiguen produciendo una gran variedad de moléculas que pueden intervenir en nuestras rutas metabólicas.
Por otro lado, tenemos al Sistema Nervioso Entérico (SNE), que es una red de neuronas que controla directamente el aparato digestivo, y que además lo hace de manera autónoma; por ejemplo, cuando detecta que un bocado de comida baja por el esófago, manda una señal al estómago para que éste empiece a contraerse, con los movimientos peristálticos, y a segregar enzimas para conseguir deshacer el bolo alimenticio, no hace falta que nosotros pensemos “he tragado un bocado, ¡estómago, ponte a funcionar!”, el SNE trabaja solito. Además este sistema también es el encargado de comunicarle al cerebro las sensaciones que detecta dentro del cuerpo, de las vísceras, como cuando sentimos dolor porque tenemos gases acumulados o nos hemos dado un atracón de comida [6]. Este SNE forma parte de un complejo sistema de comunicación, el “Eje Intestino Cerebro”, que conecta el sistema digestivo con los sistemas nervioso, endocrino, inmune, las rutas metabólicas y especialmente, con el Eje Hipotalámico-Hipofisario-Adrenal, que es el encargado de las respuestas ante el estrés además de estar relacionado con el ciclo sueño-vigilia y la digestión. Y a su vez estos sistemas también mandan señales en sentido contrario hacia el intestino, por eso se dice que es una comunicación bidireccional [7].
No es casualidad que al Sistema Nervioso Entérico se le conozca como “el segundo cerebro”.
Parece claro que si en el intestino tenemos unos microorganismos segregando sustancias que nuestro metabolismo puede captar e integrar en sus procesos biológicos, éstas bacterias acabarán influyendo en mayor o en menor medida sobre las células de nuestro tracto digestivo y a través de las conexiones del SNE, consigue comunicarse con el resto de nuestro cuerpo [8]. Aquí es donde la microbiota se suma al eje y podemos empezar a hablar del Eje Microbiota-Intestino-Cerebro.
La microbiota puede “comunicarse” con nuestro cerebro, por así decirlo, porque las bacterias de la flora intestinal son capaces de producir un amplio abanico de moléculas neuroactivas, es decir, que pueden actuar sobre el sistema nervioso, como son la acetilcolina (que interviene en la propagación de los impulsos nerviosos), las catecolaminas (como la adrenalina o la dopamina, que son neurotransmisores, “los mensajeros del cerebro”), la melatonina (que de forma natural se sintetiza al caer la noche y regula el sueño) o la serotonina (uno de los neurotransmisores que sintetizamos cuando estamos felices). Por eso se le ha llegado a denominar al intestino segundo cerebro. Todos estos compuestos los sintetiza de forma natural nuestro metabolismo, pero si tenemos bacterias que también los estás vertiendo a nuestro sistema, la comunicación puede verse modulada en cierto modo. Cambios en nuestra microbiota debidos a modificaciones más o menos drásticos de alimentación, medicamentos como ciertos antibióticos o diversas enfermedades pueden producir un aumento de las citoquinas en circulación, que son inflamatorias, y afectar a nuestra función cerebral y en el sentido contrario, una situación de estrés continuada puede activar el eje Hipotalámico-Hipofisario-Adrenal y que se produzcan cambios en la flora y el epitelio intestinal [9].
Al parecer, el estado de nuestra microbiota influye muy directamente tanto en nuestro bienestar físico por su papel regulador de la digestión entre otros, como emocional, ya que se ha comprobado que las bacterias producen sustancias que afectan directamente a nuestro ánimo, nuestra respuesta al estrés y al sueño. También debemos tener en cuenta que nuestro microbioma se puede ver modificado con la edad o bajo situaciones como el embarazo o tras una operación quirúrgica [7]. Por todas estas circunstancias, es importante poseer una población de microorganismos equilibrada y adecuada a nuestra edad y tipo de alimentación.
[1] Sender R, Fuchs S, Milo R. Revised Estimates for the Number of Human and Bacteria Cells in the Body. PLOS Biology 2016; 14(8): e1002533.
[2] Rowland I, Gibson G, Heinken A, et al. Gut microbiota functions: metabolism of nutrients and other food components. Eur J Nutr. 2018;57(1):1–24.
[3] Rakoff-Nahoum S, Paglino J, Eslami-Varzaneh F, Edberg S, Medzhitov R. Cell. 2004;118:229.
[4] Belkaid Y, Hand TW. Role of the microbiota in immunity and inflammation. Cell. 2014;157(1):121–141.
[5] Bäckhed F, Ding H, Wang T, Hooper LV, Koh GY, Nagy A, Semenkovich CF, Gordon JI. Proceedings of the National Academy of Sciences Nov 2004, 101 (44) 15718-15723
[6] Costa M, Brookes SJH, Hennig GW Anatomy and physiology of the enteric nervous system Gut 2000;47:iv15-iv19.
[7] Carabotti M, Scirocco A, Maselli MA, Severi C. The gut-brain axis: interactions between enteric microbiota, central and enteric nervous systems. Ann Gastroenterol. 2015;28(2):203–209.
[8] Mayer EA, Savidge T, Shulman RJ. Brain-gut microbiome interactions and functional bowel disorders. Gastroenterology. 2014;146:1500–1512.
[9] Petra AI, Panagiotidou S, Hatziagelaki E, Stewart JM, Conti P, Theoharides TC. Gut-Microbiota-Brain Axis and Its Effect on Neuropsychiatric Disorders With Suspected Immune Dysregulation. Clin Ther. 2015;37(5):984–995.